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El plato de tomates

La venta es una casita pequeña y encalada situada en una carretera tan secundaria que jamás figurará en un mapa, en un lugar llamado El Pago del Humo.

Llego hambrienta y un poco cansada. Son las 4 de la tarde, hace 40 grados y huele a paja. Me siento en la terraza, donde sopla el viento de levante a rachas y se escucha un zumbido incesante de insectos en los campos vacíos y hastiados.

Estoy sola y me tratan bien. Me cuidan. No sé porqué tan amorosamente, pero lo acepto y lo disfruto.

Cuando me traen mi almuerzo corto el pan sintiendo que lo sagrado está presente en cada cosa que me rodea. En los campos amarillos, ocres, marrones. En los girasoles quebrados y quemados por el sol. En el concierto de chicharras que ahonda el silencio en vez de extinguirlo. En el viento seco, caliente y poderoso que se adueña de cuanto toca. En el olor a polvo y a rastrojo y a calor. Y también en el oro del aceite que vuelco, como si realizara el ritual mas antiguo del mundo, sobre un plato de tomates intensamente olorosos y rojos.

Y me asalta un sentimiento más allá de la felicidad o de la satisfacción. Una profunda conexión con el aquí y el ahora. Un estar con toda mi presencia en ese momento y en ese sencillo plato de tomates. Plenitud.

El momento se expande impregnando todo de ese mismo sentimiento. Bebo despacio mi cerveza, siento su frescura mientras contemplo el campo vacío con un único árbol que tiene la belleza asimétrica de lo realmente bello. Y de pronto deseo retener todo ésto, llevarlo conmigo. Saco mi cámara, hago algunas fotos. Al árbol, a los tomates; al presente perfecto como tiempo verbal a crear mas allá de la gramática y las convenciones. Mas allá de la posibilidad de capturar lo inasible.

Tomo unas notas en mi libreta a fin de no olvidar. Abro al azar el libro que llevo, quién sabe porqué. El libro es El dedo y la luna.

Y dice:

– ¿Hay algo que sobrepase al buda, que sobrepase al patriarca? –le preguntó el discípulo a su maestro Ummon.
-Sí –respondió el maestro-, una rosquilla.

También dice:

-¿Cuál es tu filosofía?
-Cuando como, como. Cuando duermo, duermo.

Sonrío, cierro el libro, guardo el cuaderno y la cámara. Nada me perturba. Y con un placer infinito me como mi plato de tomates.

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